En el islote donde se sitúa el castillo de San Sebastián en su época estuvo el Templo de Baal Amon. Fue un dios fenicio que incluso los cartagineses también lo adoraron. Era un dios un tanto especial en su rito. Se sabe que se le ofrecían niños en sus ritos y a la hora de hacerle peticiones. Eran sacrificios infantiles los que el dios “exigía” a la hora de ser condescendiente con sus fieles. Pero cuidado, no eran precisamente los niños de las familias más pobres los que eran sacrificados. Baal requería de las familias más adineradas y mejor posicionadas sus mejores vástagos. Y sus familias los ofrecían voluntariosamente.
En el templo de Baal se encontraba una estatua del dios Moloch que estaba hueca por dentro y con una hoguera en su interior. La figura tenía los brazos extendidos con las palmas hacia arriba y estaban articulados para que hicieran el movimiento de llevarse a la boca, la cual estaba articulada, la ofrenda en cuestión.
La criatura caía en la hoguera mientras su familia, que debía estar presente, tenía prohibido llorar. Para mitigar los efectos que los gritos del niño pudieran hacer entre los asistentes (si es que los había), una pequeña “orquesta” musicaba la ceremonia y así atenuaba los efectos de Moloch.
¿Por qué un bebe? Porque entendían que el sacrificio humano era menos cruel si se ofrecía figuras poco impregnadas en materia, es decir, con poca vida a sus espaldas. De hecho cuando Roma va a tomar Cartago, los cartagineses van a ofrecer unas 30 victimas al dios Baal, costumbre que Roma abolió en todo su territorio una vez conquistado.
Cuando los romanos llegaron a Gadir y vieron este tipo de sacrificio fue tal su horror que establecen como una relación entre la estatua del Dios BAAL AMON y el demonio que ya el cristianismo conocía que desde entonces queda reflejada la figura de un toro/cabra al demonio como lo conocemos actualmente en muchas de las pinturas y fotos (sale siempre con cuernos).
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